En el cambio de siglo, el imperio había desaparecido ya para siempre tras la pérdida de Cuba y Filipinas. Comenzaba una nueva era un país hambriento y desmoralizado. El desencanto de la Generación del 98, que inauguró la edad de plata de la literatura castellana, no era sólo por la quiebra moral del país, que estaba por los suelos, sino por la pavorosa miseria del día a día.
La noche en aquel Madrid era un territorio extraño y con frecuencia prohibido. En el centro de la ciudad se vivía una auténtica fiebre de cabarets y music halls. La mayoría de las veces, los locales estaban envueltos en polémicas. Hasta allí acudía un universo extraño y variopinto: bohemios, dandys, delincuentes, matones o escritores.